Muchos años, muchos, visitando Barcelona por motivos
diversos, aunque sobre todo, por razones laborales y hasta la semana pasada no
me había alojado en un Hotel de la cadena Ayre, pese a que desde hace tiempo me
parecían una opción muy interesante.
La racha se rompió y la experiencia en la cadena comenzó en
el Ayre Caspe, un hotel situado cerca de Poble Nou y Gracies. Cerca del centro
y también, bastante próximo de la playa.
¿Cómo fue? El hotel estaba repleto de extranjeros, sobre
todo, de japoneses los cuales parecían haber elegido este alojamiento como
punto de reunión de una despedida de soltero o de una boda, lo que siempre me
hace sentir un poco extraño, como si no estuviera en el lugar adecuado.
La primera impresión es que estás en un hotel ultra moderno
que concede mucha importancia a los aspectos estéticos y a la originalidad
(llama la atención la gran lámpara de cables situada en el centro del hall y
las burbujas flotantes del estanque), pero esa primera impresión se desvanece
una vez subes a la zona de habitaciones donde te encuentras con unas estancias
funcionales, no especialmente amplias, con los servicios básicos y algún
detalle que se agradece.
En particular, me llamó la atención que rompiese con esa
tradición consolidada de equipar los baños con bañera y optase por ofrecer
también una amplia ducha. Por lo demás, las habitaciones son bastante
estandarizadas y se pierde la singularidad que produce el acceso al hotel.
Por lo demás, destacar el aparcamiento amplio y con un
precio razonable (algo cada vez más en desuso) y un desayuno con una variedad
relevante aunque en un salón algo frío y anodino.
Es un hotel que tiene un pequeño gimnasio con abundantes
máquinas, aunque de calidad mejorable (en particular, una de las cintas se
bloqueo cuando la puse a una velocidad elevada, las bicicletas no tenían
rastrales…).
En conclusión, es una opción a tener en cuenta si no se
busca un hotel con unos servicios superiores o si se va a pasar una estancia
breve.