Visité Donosti con el objetivo de enfrentarme a mi primer
medio maratón (bueno, si somos ortodoxos, un casi medio maratón) y de hacerlo a
lo grande: con una de las carreras mejor valoradas y con más tradición del
calendario, la Behobia, que en 2014 cumplirá nada menos que 50 años.
En el paquete que contratamos, además de la inscripción a la
carrera o el desplazamiento, se incluía el alojamiento y la opción elegida fue
el Hotel Monte Igueldo. Y cuando lo mejor que puedes decir de un Hotel es que
tiene unas vistas espectaculares sobre la ciudad, se anticipa la impresión
general: se trata de un Hotel de esos que se han quedado desenganchados del
futuro.
Es cierto que tiene algún aspecto que recupera la belleza y
la clase de lo antiguo (ese gran salón con sillones amplios de piel, las
enormes alfombras-moqueta por las zonas comunes, las grandes lámparas…), pero
abundan aquellos otros que más que al encanto de lo antiguo hace pensar en la
decadencia de lo viejo.
Las habitaciones son bastante normales. Las típicas
habitaciones en las que no podrías destacar nada (quizá un colchón confortable)
y que refuerzan la impresión de que el Hotel necesita actualizarse e invertir
en mantenimiento y mejoras.
La ubicación del Hotel es singular. Tan singular que produce
efectos ambivalentes: entre los positivos, unas vistas maravillosas. En particular, las vistas que ofrece el salón que se utiliza para el desayuno y el gran salón (por cierto, también es una gratísima sorpresa abrir la ventana y ver el Cantábrico). Entre los
negativos, la dificultad para moverse de algún modo que no sea en vehículo
particular o la falta de servicios en su entorno, pero sobre todo, la sensación
de estar alojado en un lugar en el que desde un punto de vista medioambiental,
debería haber quedado preservado de cualquier tipo de construcción.